Cristián Castillo Echeverría ha sido galardonado con el Premio Nacional de Arquitectura 2024, un reconocimiento que va mucho más allá de un mero logro personal. Este premio es un poderoso símbolo de la dirección que la arquitectura en Chile debe tomar: trabajar incansablemente por la dignidad de la vivienda social y propiciar la verdadera participación de los habitantes y los sectores más vulnerables de la población en la gestión de su hábitat.
Durante décadas, buena parte de la arquitectura chilena se ha visto marcada por la dependencia de referentes externos: tendencias internacionales, discursos y modelos estilísticos importados. Cristián Castillo viene a romper con este acomodo, demostrando que la arquitectura auténtica -no lo ornamental, sino lo responsable, lo social y, por qué no decirlo, lo político- también puede ser bella y ejemplar.
Arquitectura para la Justicia Social y Urbana
Lo que Cristián Castillo está haciendo no es solo arquitectura, es un acto de justicia social y urbana. Construir para los sectores más vulnerables, con dignidad, con participación y con calidad, es corregir desigualdades que muchas veces las políticas públicas han ignorado e incluso acentuado.
Proyectos como Maestranza 1 / Ukamau (424 viviendas en Estación Central), Maestranza 2 y Comunidad Vivienda Digna en Huechuraba, son transformaciones concretas de la vida de familias que durante años vivieron en hacinamiento, tomas de terreno, carencia de seguridad de título de propiedad y aislamiento urbano. Estos proyectos combinan diseño responsable, real participación comunitaria y compromiso con la vivienda digna.
Una Escuela Arquitectónica Chilena
Cristián Castillo no ha actuado en el vacío. Su obra tiene raíces profundas, posee una filiación directa con una tradición humanista, sensible, generosa y socialmente comprometida. Forma parte de lo que podríamos denominar una escuela arquitectónica chilena, representada principalmente por el quehacer de su padre, Fernando Castillo Velasco, y por el de Miguel Lawner, entre otros.
Cristián Castillo contribuye a esta escuela con su sello particular: trabaja con métodos participativos, con comunidad organizada, con un enfoque epistemológico que reconoce la injusticia estructural y actúa sobre ella. En esta combinación da lugar a algo único: una arquitectura participativa.
Su arquitectura brota de nuestra realidad: de la historia urbana de nuestros barrios, de la memoria del hacinamiento, del campamento, de los derechos postergados. Es una respuesta interna, no importada, que reconoce las desigualdades específicas de las ciudades chilenas y apuesta por revalorizar y resignificar el suelo, por la participación y los procesos colectivos.
Al premiarlo, se está enviando un mensaje claro: esta forma de hacer arquitectura, que prioriza la dignidad y la justicia social, debe orientar a las nuevas generaciones. Cristián Castillo es un ejemplo vivo de que la arquitectura puede y debe ser un poderoso instrumento de transformación social.