En un mundo cada vez más complejo y con un acceso democratizado al conocimiento, el rol del intelectual público chileno parece estar en crisis. Según el análisis de Nicolás Tobar Jorqurera, sociólogo y magíster en Ciencia Política, la influencia de estas «voces autorizadas» ha disminuido, no por una amenaza a la democracia, sino como muestra de su propio avance.
Tobar Jorqurera cita a Ortega y Gasset, quien definía al intelectual como aquel que lleva al extremo la frase «Yo soy yo y mis circunstancias», asumiendo la responsabilidad de organizar el saber y dar sentido a la sociedad. Sin embargo, este modelo parece estar agotado. Como señala Daniel Innerarity, en la sociedad del (des)conocimiento, la relación vertical entre intelectual y masa se tambalea.
La Desconcentración del Poder de las Ideas
Según Tobar Jorqurera, el prestigio de los intelectuales operaba cuando eran pocos y el saber era escaso. Pero en una población cada vez más ilustrada y con redes de información abiertas, la fuerza de las ideas se ha desconcentrado. Ya no es necesario seguir las «sagradas escrituras» de un autor, sino que los individuos autónomos ponderan su propio punto de vista, navegando entre una pluralidad de voces.
El autor cree que preocuparse más por la influencia de las ideas que por las ideas mismas es un síntoma del declive intelectual en la esfera pública. Los medios de comunicación están llenos de personajes que buscan «hacerse ver» y «pegar», más que entregar conceptos pulcros, sugerentes e imaginativos.
El Intelectual vs. El Sabio
Tobar Jorqurera considera que la figura del intelectual está tremendamente disociada de la del sabio. Mientras que los sabios educan el alma, entregan claves para el autoconocimiento y actúan con humildad, los intelectuales parecen estar más preocupados por aumentar la «eficacia» de sus mensajes que por la calidad y autenticidad de sus ideas.
En un mundo donde las ideas se han empobrecido y la academia se ha vuelto «acelerada e hiper-estandarizada», la pregunta sobre cómo hacer más eficaces los mensajes de los intelectuales es poco pertinente. Los jóvenes ya no los miran con los mismos ojos, pues sienten que han abandonado lo que los hacía grandes: hacerse preguntas para difundir el amor a la verdad.
En definitiva, el ocaso de la influencia de los intelectuales chilenos no representa una amenaza, sino una muestra de los avances democráticos y cognitivos de la sociedad. Lo que está en declive es el interés intrínseco en las ideas, no la necesidad de pensadores profundos y auténticos.