En Chile, ser joven y vivir en una comuna rural no es una postal romántica, sino una realidad marcada por la falta de oportunidades y el abandono institucional. Los datos son contundentes: el 67,2% de los jóvenes rurales trabaja en ocupaciones informales o no remuneradas, y el 17,5% ni estudia ni trabaja. Esta situación no se debe a «falta de interés» o «comodidad», sino a un escenario persistente de precariedad, con problemas de conectividad, baja cobertura de salud mental y una oferta formativa desalineada de las necesidades productivas locales.
El 39,4% de los jóvenes rurales declara que dejó de estudiar para trabajar y apoyar a sus familias, una decisión forzada por la urgencia y la ausencia de un Estado que garantice condiciones mínimas para proyectar un futuro desde lo local. Regiones como O’Higgins y Maule muestran altos índices de migración juvenil, lo que genera un vaciamiento progresivo de capital humano y pone en riesgo el recambio generacional en sectores estratégicos como la agricultura, la salud y la educación rural.
La Omisión Institucional
Quizás el dato más crítico no está en las encuestas, sino en la omisión institucional. El Ministerio de Agricultura, principal actor llamado a diseñar políticas de desarrollo rural con enfoque intergeneracional, ha mantenido una preocupante distancia frente a estas problemáticas. Sus instrumentos carecen de una estrategia clara para integrar a las juventudes en los procesos de innovación, reconversión productiva o gobernanza territorial. Mientras tanto, Chile pierde año a año fuerza laboral joven en el campo.
Un Círculo Vicioso
El problema no es que los jóvenes no quieran vivir en sus comunas rurales, es que no pueden hacerlo en condiciones dignas. La desconexión entre oferta formativa, empleabilidad local y bienestar básico produce un círculo vicioso: se estudia lejos, se trabaja lejos y se vive lejos. El resultado es que lo rural se transforma en sinónimo de tránsito, no de permanencia.
Y eso tiene un costo país: se debilitan los tejidos comunitarios, se pierde arraigo y se profundiza la desigualdad territorial. Es necesario actualizar los marcos institucionales desde una lógica de equidad, descentralización y pertinencia. Sin una batería de políticas públicas que reconozcan y fortalezcan la vida juvenil en el campo, Chile seguirá planificando con una mirada urbana, dejando fuera a quienes pueden —y quieren— construir desde sus territorios.
Un Futuro en Riesgo
Porque cuando la juventud se va del campo, no es el campo el que se retrasa, es el país el que pierde rumbo. Es hora de que las autoridades reconozcan y aborden esta problemática, antes de que sea demasiado tarde para recuperar el valioso capital humano que las zonas rurales pueden aportar al desarrollo de Chile.