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Migrantes en Chile: Cuando el voto obligatorio se convierte en una farsa democrática

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Como migrantes que habitamos este país, muchos de nosotros nos sentimos relegados a ser meros espectadores de un proceso electoral que no nos incluye realmente. El reciente anuncio del voto obligatorio para extranjeros con más de 5 años de residencia en Chile ha sido recibido con más desencanto que entusiasmo.

Aparecimos en el padrón electoral como si hubiésemos sido convocados por un algoritmo con necesidad de masa poco crítica. Sin candidaturas propias, sin representación real, sin siquiera un espacio para decir: «aquí estamos». Solo una orden: «Estás dentro. Vota».

Una democracia de papel y números

El voto obligatorio se promociona como una prueba de madurez democrática, pero imponerlo sin representación, es como celebrar un matrimonio con testigos pero sin pareja. Mucho acto, poco vínculo.

No hay formación cívica intercultural, no hay agendas que nos consideren más allá del eslogan, no hay candidaturas que hablen desde nuestra experiencia. Solo hay un sistema que nos requiere funcionales: que entreguemos la huella, no la voz.

Nosotros, los archivados con vida

Sabemos qué dijeron cuando creyeron que no estábamos escuchando. La derecha nos dibujó como amenaza nacional en su catálogo del miedo. La izquierda nos convirtió en ícono de inclusión sin contenido, estampándonos en campañas que no pasaban del afiche y que al final también nos usó como el chivo expiatorio predilecto de LATAM.

Somos multiherramienta retórica: peligro en tiempos de crisis, postal en tiempos de campaña. ¿Y ahora se supone que debemos elegir entre quien nos estigmatiza y quien nos utiliza?

El voto nulo como auditoría crítica

El voto nulo no es un error del sistema. Es la respuesta elegante a una pregunta mal planteada. Cuando el número de votos inválidos crezca al ritmo del padrón migrante, no será una falla. Será un informe, una alerta sociológica que dice: «El sistema tiene inputs que no puede procesar porque no los entiende».

Nuestra papeleta anulada no es apatía. Es un gesto de lucidez. Un lenguaje electoral que expone la brecha entre lo que se exige y lo que se ofrece.

Esto no es ciudadanía plena, es contabilidad participativa. Nos suman para validar procesos, pero nos restan de las decisiones. Mi voto nulo no es rebeldía vacía. Es una línea de código que interrumpe la simulación democrática. Porque participar sin pertenecer no es democracia: es teatro censal.

Y nosotros, los no consultados, los archivados con vida, los que no cabemos en el PowerPoint del Ministerio, aprendimos a leer entre líneas. Y también a escribir las nuestras.

La participación sin representación no es democracia: es simulacro. Y yo no vine a simular.

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