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La Doble Cara del Anticomunismo: Cómo la Derecha Adapta su Discurso Según Convenga

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El anticomunismo vociferante que algunos repiten como un mantra —que el político Peña ha calificado con claridad como «tonto, absurdo y estúpido»— revela no solo una falta de argumentos, sino también una profunda incoherencia. Un ejemplo evidente es la figura de la exministra Jeannette Jara, hoy candidata a la presidencia por el mundo progresista.

Para los sectores conservadores —los mismos que defienden con fervor el statu quo de las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones)— Jara es comunista cuando les conviene y «no tanto» cuando les conviene más. Durante la negociación de la reforma de pensiones, se sentaron con ella los grandes defensores del capital: las AFP, los gremios empresariales y la derecha política. ¿Por qué? Porque incluso una reforma moderada les significaba más flujo de recursos, nuevas oportunidades de negocio. En ese contexto, la ideología no importaba: no les incomodaba su militancia ni su trayectoria, porque el cálculo económico les cerraba.

Cuando la Transformación Estructural Amenaza

Pero hoy, cuando Jara se perfila como una figura con alta proyección política y potencial presidencial, cuando se vuelve creíble que pueda impulsar una transformación estructural que ponga al centro el bienestar de los trabajadores y no el lucro de los privados, la narrativa cambia. De pronto, para ese mismo sector, ya no es una interlocutora política con la que se puede dialogar: ahora es «comunista, marxista y leninista», una amenaza que debe ser caricaturizada y desacreditada.

La derecha no tiene un problema con el comunismo. Tiene un problema con cualquier proyecto que amenace su hegemonía económica. Su discurso es un chiste malo: funcional cuando hay plata de por medio, histérico cuando hay justicia social en juego.

La Coherencia Selectiva de la Derecha

Durante las negociaciones de la reforma de pensiones, la derecha no tuvo problemas en sentarse a dialogar con la exministra Jara, a pesar de su trayectoria y militancia. Pero ahora que se perfila como una figura con potencial presidencial y la capacidad de impulsar una transformación estructural que priorice el bienestar de los trabajadores, la narrativa cambia radicalmente. De pronto, Jara pasa de ser una interlocutora válida a ser «comunista, marxista y leninista», una amenaza que debe ser desacreditada.

Este comportamiento revela la verdadera naturaleza del discurso anticomunista de la derecha: no se trata de una oposición ideológica coherente, sino de una herramienta convenientemente utilizada para defender sus intereses económicos y su hegemonía, sin importar las contradicciones.

La lección es clara: el anticomunismo de la derecha no responde a principios, sino a cálculos de poder y lucro. Su retórica se adapta según convenga a sus objetivos, dejando en evidencia la falta de argumentos sólidos y la profunda incoherencia que subyace a su discurso.

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