Al repasar la historia de la Universidad de Concepción, es inevitable rememorar las palabras de sus fundadores, aquellas figuras que hicieron posible que Concepción contara con la primera universidad regional del país. Enrique Molina Garmendia afirmaba con claridad que «sin verdad y esfuerzo no hay progreso», encapsulando así el espíritu con que se creó esta institución: un esfuerzo colectivo, integrador y con un profundo sentido comunitario.
Hoy, la universidad se enfrenta a una encrucijada similar en cuanto a la magnitud del desafío, aunque muy distinta en su naturaleza. Estamos experimentando diversos actos que dañan profundamente la convivencia universitaria: tomas, desalojos, acoso, daños al patrimonio, agresiones físicas y verbales, junto a la creciente práctica de denostar públicamente a las autoridades institucionales y el paternalismo con que estas mismas autoridades enfrentan el diálogo con los estudiantes.
Recuperando el Espíritu Fundacional
Si bien no se justifica ninguna forma de agresión, debemos reconocer que la violencia institucional y la violencia de protesta responden a dinámicas diferentes que requieren abordajes distintos. Tal como decía Virginio Gómez, «la Universidad debería estar enraizada en la comunidad, cuyos habitantes debían dar lo mejor de sí con tal de apoyar la iniciativa», a través de lo que él llamó un compromiso ciudadano. Estas palabras resuenan profundamente hoy, instándonos a reflexionar sobre nuestro rumbo actual.
Necesitamos un liderazgo activo y honesto que nos guíe y acompañe con urgencia para reconstruir esos lazos que nos definen como comunidad académica, recordando que nuestro primer compromiso es con la búsqueda de la verdad, el desarrollo integral de nuestros estudiantes, y el aporte efectivo y real a nuestra región y al país.
Recuperando la Confianza y el Respeto Mutuo
En la universidad todo se debate y cuestiona, con respeto, mirando al otro a los ojos, sin capuchas, sin cargos y sin violencia. Con la cortesía de ver en el otro un igual, con quien se construye el camino hacia ese acuerdo compartido que, en la universidad, llamamos verdad.
Es momento de actuar con responsabilidad y liderazgo, rechazando firmemente cualquier acto de violencia, y a la violencia misma en todas sus formas. Es imperioso recuperar la confianza y el respeto mutuo, incluso entre nuestras mismas autoridades. Y la próxima administración debería tener a esta violencia como una de sus principales preocupaciones y cuidados, e impedir que sigamos en esta deriva institucional.
Somos la Universidad de Concepción, y sobre cada uno de los miembros de esta comunidad recae la responsabilidad de cambiar este presente y convertirlo en un futuro enfocado en la excelencia institucional y en el buen clima para todos. Porque eso nos hace bien a todos y porque en ello radica nuestra fortaleza institucional: en reconocer que los grandes desafíos requieren grandes consensos entre nosotros, expulsando a la política partidista y a la violencia de los campus.
El futuro de nuestra universidad, como antes, y como siempre, está en nuestras manos. Por nuestra universidad, por nuestra comunidad y por el legado que heredamos y que debemos honrar.