Durante décadas, el arte y la arquitectura caminaron de la mano, dando vida a obras memorables que no solo cumplían una función, sino que también eran bellas. Esa colaboración esencial desde el primer boceto generaba una integración genuina que transformaba la experiencia espacial, cultural y política de los edificios.
Un Legado Valioso
Ejemplos como el edificio UNCTAD III (hoy Centro Cultural Gabriela Mistral) y el campus de la Universidad de Concepción nos muestran la riqueza de esta unión. Artistas de renombre como Gracia Barrios, José Balmes y Nemesio Antúnez trabajaron en estrecha colaboración con los arquitectos, creando obras donde el arte no era un mero adorno, sino parte estructural de la experiencia.
La Pérdida de una Práctica Esencial
Lamentablemente, hoy en día se ha perdido la práctica de integrar el arte y la arquitectura desde el inicio de los proyectos. Si bien existen normativas que obligan a incluir obras de arte en edificios públicos, estas suelen licitarse una vez que el edificio ya está construido, dejando fuera al arquitecto del proceso. El resultado es predecible: dos mundos desintegrados que no dialogan entre sí.
Esta pérdida no es solo estética, sino también conceptual. Cuando el arte y la arquitectura colaboran desde el principio, se genera una atmósfera única, una obra total donde cada elemento está pensado en conjunto, creando una experiencia espacial profundamente transformadora.
Ejemplos Contemporáneos que Inspiran
Afortunadamente, existen algunos ejemplos contemporáneos que nos recuerdan el valor de esta integración. El Centro Cultural Ceina, remodelado por Lateral y HVH, destaca por haber considerado desde el inicio la incorporación del mural Alma Mater del artista Miguel Cosgrove. De igual manera, la Iglesia del Sagrado Corazón en la Universidad Católica, diseñada por Teodoro Fernández, integra un vitral del artista Eduardo Vilches y la vitrialista Cecilia Martner, creando una experiencia espiritual única.
Volviendo a Proyectar con Arte y Arquitectura Fusionados
Hoy más que nunca, nuestras ciudades necesitan belleza, y esa belleza no puede ser un añadido de último minuto. Es hora de exigir que los artistas sean considerados una especialidad más del equipo de diseño, al igual que los ingenieros estructurales o los especialistas en iluminación.
Volvamos a proyectar obras donde arquitectura y arte no solo coexistan, sino que se fundan en una sola visión. Porque el arte no es decoración: es estructura de sentido. Y cuando se integra desde el inicio, no solo se beneficia el proyecto, sino también la comunidad que lo habita.
