A mediados del siglo XIX, el norte de Chile, entonces bajo dominio peruano y boliviano, se convirtió en el escenario de una historia poco conocida: la de los «coolies» chinos, migrantes forzados a trabajar en condiciones infrahumanas en la extracción del guano, el preciado excremento de aves marinas utilizado como fertilizante.
Cerca de 100 mil migrantes, en su mayoría chinos, llegaron a las costas del norte de Chile, contratados para trabajar en las guaneras. Estos hombres, categorizados como «coolies» (que significa «el que trabaja duro»), se enfrentaron a jornadas extenuantes bajo el sol abrasador, sin protección ni espacios para descansar. Muchos de ellos habían huido de las guerras civiles que azotaban China, con la esperanza de encontrar una mejor vida, pero en su lugar, encontraron una «pesadilla infernal».
Las condiciones de los barcos que los transportaban, conocidos como «infiernos flotantes», eran insalubres. Gran parte de los chinos morían durante el viaje, y sus cuerpos eran arrojados al mar. Los que lograban sobrevivir llegaban con graves problemas de salud, especialmente el cólera asiático.
Una vez en Perú, los coolies eran traficados, renombrados por sus dueños y trasladados a las guaneras. Bajo la falsa promesa de un contrato de ocho años, se vieron expuestos a compuestos químicos como el amoniaco, que emanaba del guano, lo que desencadenó problemas respiratorios. Muchos murieron de desnutrición o enfermedades pulmonares, y otros se suicidaron al no poder soportar el estrés laboral.
Pero la historia de los coolies chinos no termina ahí. Con la llegada de la Guerra del Pacífico (1879-1883) y el declive de las guaneras, un grupo importante de estos hombres se sumó a la causa chilena. Fueron los encargados de recoger a los heridos, instalar explosivos y realizar el «trabajo sucio» durante el conflicto. Tras la victoria de Chile, los coolies se asentaron en Tocopilla y trabajaron en la construcción del ferrocarril salitrero.
Hoy, más de 180 años después de su llegada, los vestigios de los coolies chinos siguen presentes en el norte de Chile. En Tocopilla, un cementerio al aire libre aún conserva los restos óseos de esta población de migrantes que sufrió en carne propia las consecuencias de un sistema esclavista y explotador.