Fabricando Enemigos: La lucha por el poder en la política chilena

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    Fabricando Enemigos: La lucha por el poder en la política chilena

    La polarización política en Chile

    Han sido cuatro años de guerras pírricas, todos perdedores creyéndose ganadores. Acumulando una energía que divide para sacar beneficios y avanzar desde las trincheras. El mensaje de los extremos es claro: gobernar la dimensión de lo público, de lo político desde la dominancia social.

    En la vereda derecha el guion se repite extremando la preponderancia de las tradiciones y acciones que tributan en favor de los poderes fácticos, de interpretaciones antagónicas del pasado propio del quiebre institucional y de los elementos culturales que reaccionan ante el avance de la izquierda identitaria. Desde la vereda contraria se consolida una vieja izquierda marxista, que saca provecho de alimentar desacuerdos teniendo de trasfondo una injusticia social que al mismo tiempo no ayuda a resolver.

    Los rebeldes de antes se han visto acompañados por los rebeldes de ahora: el Frente Amplio, conglomerado antecedido por las banderas de la izquierda identitaria, una suerte de nuevo arcoíris que ha palidecido frente a los logros de la transición y se ha teñido de corrupción y errores varios.

    El centro político y su búsqueda de unidad

    En los sectores próximos a los extremos, Socialismo Democrático y Chile Vamos, se observa inercia y obsecuencia. Como apostadores de casino se ven arrastrados por los aires de un discurso que funciona bien en los tiempos de guerra, en los tiempos en que exagerar diferencias irreconciliables da frutos. En esa mescolanza no buscada se van perdiendo las orientaciones, convicciones y visiones a mediano y largo plazo.

    En esos grupos la nueva consigna es empoderar a los moderados, a los liderazgos con vocación de acuerdos y con capacidad propositiva. Lo contrario, es cortar con la historia reciente que permitió avanzar desechando a una revolución sin destino común, una historia que al mismo tiempo derrotó una dictadura que pretendía perpetuarse arropada con supuestos éxitos económicos y un modelo institucional originado en la no democracia.

    En medio de estos escenarios y fluctuaciones que pueblan nuestro Chile actual hay otra conducta pendular. El centro político existe en la gente, se deja ver en la cotidianeidad hastiada de los experimentos, las demagogias y los populismos; ese centro tiene frente a sí a representantes con ideas, aciertos, proposiciones, errores, ansiedades por ganar y derrotar.

    Ese centro político se divide, oscilando en un centro contra la derecha y otro contra la izquierda, es un centro cruzado por el eje gobierno y oposición. Trata de encontrarse y no lo consigue; termina cediendo, para definir diferencias, ya sea en programas de televisión, en redes sociales y a nivel de comunicados.

    El desafío del centro político

    Es un centro que además de estar cruzado por el eje que impide su encuentro entre la realidad social y la representación política ha tenido que mantener la división en medio de un balotaje y tres plebiscitos. Para forjar unidad y acuerdos sin fabricar enemigos, sin bailar la música de los extremos ni de aquellos que terminan sumándose para simplemente derrotar, el centro político debe vislumbrar la base común.

    Las fuerzas socialdemócratas, humanistas cristianas, liberales (sociales o comunitarias) tienen la oportunidad de converger y convocar y esto más allá de porcentajes circunstanciales. Insisto, las fuerzas centrípetas y moderadas se hallan presentes en todas las opciones de los últimos plebiscitos y por desgracia la fabricación de enemigos y falsos aliados para derrotar a los otros circunstanciales han impedido el encuentro.

    La centroizquierda y el centro conocen la ruta de la recuperación democrática y la centroderecha ha mostrado compromiso por afianzar la democracia y los acuerdos subyacentes. Hoy el eje gobierno – oposición está alimentado no en menor medida por el joder a los otros, por discursos altisonantes en horario prime. No ofrecen nada y lo atacan todo, encienden masas y apagan acuerdos.

    Conclusión

    Un centro político consciente no es el árbitro entre la izquierda y la derecha, no es el aguatero de turno de un extremo u otro; el centro convergente y convocante tiene memoria y proposiciones para hablar a las fuerzas y personas que se identifican con la centroizquierda, el centro y la centroderecha.

    Están llamados a no fabricar más enemigos ni contagiarse con la efervescencia inconducente del triunfo en medio de guerras pírricas. Para ello, deben escribirse nuevas historias que empalmen con aquellas que alumbraron la transición y la voluntad de todo pacto social duradero, consecuente y sensato. En ese nuevo nacer se unen las transiciones de cada lado, de cada centro y nos reencontramos en un nuevo comienzo.

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