Las intensas lluvias que azotaron el centro de Texas han dejado una estela de devastación y dolor. Las crecidas repentinas de los ríos, como la del Guadalupe, han provocado inundaciones mortales que han cobrado la vida de al menos 91 personas hasta el momento, entre ellas 27 niños y monitores de un campamento de verano.
Pero entre tanta tragedia, también han surgido relatos desgarradores de supervivencia que revelan la angustia y el heroísmo de quienes lograron escapar de la furia del agua. Desde familias que tuvieron que refugiarse en los techos de los hoteles hasta personas que se aferraron a la vida agarrándose a árboles, estos testimonios ponen rostro humano a una catástrofe natural que ha sacudido a la comunidad texana.
Llamando a las puertas para salvar vidas
Una de las familias que vivió en primera persona la dramática crecida del río Guadalupe fue la de David Fry, que se encontraba de vacaciones en la localidad de Hunt. «Fue entonces cuando empezamos a llamar a las puertas, intentando avisar al mayor número posible de personas, sacarlas y empujarlas hacia la carretera», relata Fry sobre los momentos de pánico en que el agua rodeó el hotel donde se alojaban y se llevó consigo varios vehículos.
Cerca de allí, Diana Smith logró salvarse junto a sus dos perros subiéndose a un kayak después de que el viento empujara a sus mascotas en distintas direcciones y ella entrara en pánico sin saber qué hacer. «Llamé al 911. No pasó nada. Y grité ‘¡Dios mío, no sé qué hacer!'», recuerda con angustia.
La tragedia de una familia
Pero no todos tuvieron la misma suerte. RJ Harber y su esposa Annie lograron alertar a varias familias que dormían en la urbanización, pero cuando intentaron ir en kayak a rescatar a los padres de RJ y a sus dos hijas, Blair de 13 años y Brooke de 11, que se alojaban en una cabaña, se encontraron con que otro inmueble bloqueaba el paso tras ser arrasado por el río.
Minutos antes, RJ había recibido un mensaje de sus hijas que decía «Te amo». Lamentablemente, los cuerpos de las pequeñas fueron encontrados a unos 20 kilómetros del lugar, con sus manos entrelazadas y con unos rosarios. Hasta el momento, los abuelos de las niñas continúan desaparecidos.
El grito desesperado de un vecino
Lorena Guillén, una mujer de 70 años que vive junto al cauce del río Guadalupe y alquila parcelas de su terreno a familias con autocaravanas, también vivió en primera persona la furia de la inundación. Desde su ventana, vio cómo una de esas familias, compuesta por dos adultos y tres niños, se aferraba desesperadamente a un árbol para no ser arrastrada por la corriente.
«¡Arrójame uno de tus hijos!», le gritó al padre otro de los inquilinos, intentando ayudar. Pero los brazos cedieron y Guillén vio cómo desaparecían entre las ramas, los árboles y el avance violento del agua.
Lecciones de una tragedia
Jef Haflin, un tejano de 70 años que ha vivido casi toda su vida cerca del río Guadalupe, asegura que nunca había visto una inundación de tal gravedad. «Escuché a gente que, en sus caravanas, estaba siendo arrastrada río abajo y pedía ayuda. Nosotros no podíamos hacer nada», relata conmovido.
Estas desgarradoras historias ponen de manifiesto la necesidad urgente de mejorar los sistemas de alerta temprana y evacuación ante este tipo de fenómenos climáticos extremos, que parecen estar volviéndose cada vez más frecuentes e intensos. Solo así podremos evitar que más familias tengan que enfrentarse a la angustia y el dolor que han sufrido los supervivientes de estas fatídicas inundaciones en Texas.