Las elecciones presidenciales en Chile del próximo 16 de noviembre no serán solo una pugna entre nombres, ideas o coaliciones. Serán una auténtica prueba de estrategia comunicacional integrada, donde lo digital y lo tradicional se fusionarán para llegar a un electorado cada vez más fragmentado y polarizado.
El panorama electoral
Según los últimos sondeos, la candidata de la coalición oficialista, Jeannette Jara, lidera la primera vuelta con aproximadamente un 25% del respaldo. Su principal competidor es el candidato de derecha, José Antonio Kast, con cerca del 23-24% en las mediciones más recientes.
Sin embargo, los números esconden una advertencia: aunque Jara encabeza la intención de voto, los analistas coinciden en que en un escenario de segunda vuelta, ella estaría en desventaja frente a Kast o frente a la candidata de la derecha tradicional, Evelyn Matthei.
La agenda también es clara: la inseguridad se ha posicionado como el tema central que preocupa al electorado chileno.
La dimensión comunicacional detrás
El terreno de campaña no es nuevo, pero su lógica sí lo es: visibilidad digital + credibilidad en medios tradicionales + narrativa coherente.
Tener millones de «me gusta» o seguidores en redes sociales ya no es suficiente si el contenido no moviliza o, peor aún, polariza de forma contraproducente. Los momentos televisivos (debates, entrevistas) siguen siendo decisivos, pues sirven para consolidar o debilitar la percepción de «capacidad» del candidato.
Aquí entra el reto: Jara ha logrado conectar bien con segmentos progresistas y redes más jóvenes, pero debe reforzar su presencia mediática tradicional para abarcar electores más amplios. Kast, por su parte, ha enfilado con fuerza su discurso de «orden y seguridad», que resuena en un electorado preocupado por la delincuencia, pero este enfoque también lo expone a mayores críticas y riesgos reputacionales. Matthei intenta innovar con formatos modernos (ej: contenido digital, formatos «anti-élite»), pero su desafío es que dichos formatos no sean percibidos como «campaña de influencer», sino como comunicación estratégica seria.
¿Por qué importa esto en la decisión de voto?
Porque al analista electoral ya no le basta ver «quién tiene más intención de voto». Debe ver cómo esa intención se traduce en movilización, en estructura de base, en credibilidad de mensaje y en capacidad de alcanzar al electorado desencantado.
Las campañas que integren bien lo digital y lo tradicional tendrán ventaja: podrán llegar a jóvenes conectados, pero también a adultos que aún consumen medios convencionales y a sectores rurales o con menor acceso digital.
Además, la narrativa que triunfe será la que articule problemas concretos (inseguridad, empleo, economía) con soluciones creíbles, comunicadas de manera que generen confianza más que viralidad.
El reto estratégico final
La campaña de 2025 en Chile ya ha señalado que:
- La fragmentación política favorece alternativas no tradicionales, lo que obliga a más dinamismo comunicacional.
- El electorado, harto de promesas vacías, valorará coherencia, experiencia demostrada y capacidad de aterrizar el mensaje.
- Más que un eslogan pegajoso, importa un ecosistema de comunicación estratégico que abarque redes, medios y contacto territorial.
En definitiva: quien gane no será solo «el más popular», sino «el mejor comunicado». Y en Chile 2025, ese «mejor comunicado» es quien logre construir una narrativa que convenza, movilice y dé garantías.