La libertad de expresión es un pilar fundamental de la democracia, pero ¿hasta dónde llega cuando entra en conflicto con el dolor y la sensibilidad de la sociedad? El caso de la comediante Natalia Valdebenito ilustra este delicado equilibrio.
Es comprensible que los familiares de los mineros fallecidos reaccionaran con dolor ante una frase que percibieron como una burla en medio de su tragedia. El sufrimiento no puede ser obviado. Sin embargo, la pregunta que enfrentó la Corte de Apelaciones no era de naturaleza moral, sino jurídica: ¿puede una expresión chocante, desafortunada o de mal gusto ser objeto de censura previa?
La respuesta fue, acertadamente, negativa. El derecho chileno, en consonancia con los estándares internacionales, protege la libertad de expresión, permitiendo sanciones ex post, pero nunca prohibiciones anticipadas que conlleven censura previa. El fallo distingue claramente entre el ámbito del reproche social y el de la sanción jurídica.
Lecciones del Caso Natalia Valdebenito
De este episodio se deben obtener al menos dos lecciones clave:
1. Los tribunales deben resistir la tentación de regular la sensibilidad
Hacerlo conduciría a un derecho punitivo tendiente a proteger emociones, lo cual sería peligroso para la libertad de expresión.
2. Quienes ejercen la libertad de expresión deben asumir los costos sociales
Si bien una frase no es jurídicamente sancionable, eso no la convierte en socialmente legítima. La responsabilidad ética y el respeto por el dolor ajeno siguen siendo exigencias inevitables para quienes ocupan el espacio público.
En un mundo digital donde los sentimientos se viralizan rápidamente, el desafío es sostener una sociedad que defienda la libertad de expresarnos, con límites estrictos, proporcionales y excepcionales. La censura previa no es la solución, pero la empatía y el respeto sí deben ser la norma.