Cuando un niño de 3 o 4 años inventa que tiene un perro o asegura que no ha comido chocolate cuando lo has visto hacerlo, no significa que sea un mentiroso. En realidad, se trata de una fase clave en su desarrollo cerebral: está aprendiendo a distinguir entre realidad y fantasía, a usar la imaginación, y a comprender que los demás tienen pensamientos distintos a los suyos.
Según los expertos, estas primeras «mentiras» son un signo positivo de maduración, siempre que los padres sepan cómo reaccionar y convertirlas en una oportunidad educativa. José María Martínez Selva, catedrático de Psicobiología en la Universidad de Murcia y autor de varios libros sobre la mentira, explica que los niños mienten «casi por las mismas razones que los adultos», pero con matices importantes.
Las Primeras Mentiras: Entre los 2 y 4 Años
Martínez Selva señala que las mentiras en los menores empiezan a aparecer entre los 2 y los 4 años, y suelen ser de protección, porque quieren evitar castigos o no enojar a los cuidadores. «Lo que ocurre es que con el tiempo las mentiras que al principio son simples, y que se pueden detectar fácilmente, conforme van adquiriendo más habilidades de comunicación y más capacidades mentales y emocionales se vuelven más complejas», explica el experto.
La psicóloga Diana Jiménez, autora de manuales de ‘Disciplina positiva’, coincide en que «no es lo mismo mentir a los tres años que a los 10, o a los 15». Mientras que a los 3-4 años les resulta difícil ocultar lo que hacen, conforme su cerebro madura, empiezan a diferenciar entre realidad y fantasía. «Ese momento en el que mezclan imaginación y verdad es una señal positiva: están desarrollando su función ejecutiva y su comprensión de que los demás tienen pensamientos distintos a los suyos», explica Jiménez.
Mentiras Infantiles vs. Mentiras Adultas
A diferencia de las mentiras adultas, que son «más elaboradas y conscientes, y aparecen cuando ya hay una intención clara de manipular, o de evitar consecuencias», las mentiras infantiles «no tienen la misma intencionalidad». Jiménez pone el ejemplo de un niño de 4 años que dice a sus amigos que tiene un perro, cuando en realidad no lo tiene. «No se trata de engañar con intención, sino de explorar la ficción y la creatividad», aclara.
Cómo Reaccionar Ante las Mentiras de los Hijos
La experta entrega una serie de consejos para que los padres sepan cómo reaccionar de manera constructiva:
- Evitar preguntas que puedan inducir a la mentira. Por ejemplo, si has visto que tu hijo ha comido chocolate sin permiso, no preguntes de manera acusatoria: «¿Has comido chocolate?». Mejor decir algo como: «Veo que te has comido chocolate. No pasa nada, mañana me pides y mamá te dará chocolate cuando corresponda».
- Valorar la sinceridad cuando aparece. Si tu hijo miente y luego confiesa, agradéceselo. Esto refuerza que la honestidad es positiva y disminuye el miedo a confesar errores.
- No poner el foco en la mentira. Evita llamar «mentirosos» a los niños. En su lugar, utiliza su imaginación como herramienta educativa.
- Controlar los estímulos que generan la necesidad de mentir. La solución no es regañar, sino regular la disponibilidad de los objetos y enseñarles a esperar y pedir las cosas de manera adecuada.
En definitiva, la mentira infantil es una parte natural del desarrollo. No es un problema moral, sino una etapa en la que el cerebro aprende a manejar la fantasía, la creatividad y la interacción social. La labor de los padres y educadores es guiar, enseñar y reforzar la honestidad a través del respeto y la comprensión.