En medio de la vorágine política y social que domina nuestro día a día, quiero invitar a los lectores a hacer una pausa y reflexionar sobre un tema diferente. Hace unos días me vi enfrentado a una de las decisiones más dolorosas que me ha tocado tomar en mis cortos 29 años: despedir de esta vida a mi perrita Hanny, que luchaba contra una epilepsia refractaria.
Seguramente quien esté leyendo estas palabras se preguntará: «¿Quién es este tipo y por qué nos habla de su mascota?». Para ustedes probablemente no tenga mayor importancia, pero para mí significó decir adiós a quien fue mi más fiel compañera durante sus cortos 5 años de vida.
Una conexión especial
Hannah -o Hanny como nosotros le decíamos- era una perrita Braco Alemán oriunda de Casablanca. Cuando nos conocimos, ella solo tenía un mes y medio. Era pequeña, indefensa, un poco gordita, pero sobre todo muy lista y juguetona. Fueron sus ojitos grises, que parecían que te juzgaban, y su forma de gesticular con los labios lo que me flechó.
El tiempo pasó y Hanny creció muy bella y fuerte. Con ella compartí mis días de estudio, de alegrías y también de tristezas. Siempre estaba ahí, con una energía inagotable para jugar, para perseguir pájaros o entrar corriendo a desordenar la casa y salir antes que «llegara la polizia». Pero también con una sensibilidad única para acurrucarse a mi lado cuando más la necesitaba.
La llegada de la enfermedad
Quien ha tenido un animal sabe que la palabra «mascota» queda corta: son parte de la familia, testigos silenciosos de nuestra vida y maestros de un amor incondicional. Lamentablemente, la enfermedad de Hanny llegó de manera inesperada y la transformó en una lucha diaria de medicamentos, crisis y visitas al veterinario.
Durante más de un año, viví pendiente de sus crisis, de los horarios estrictos de sus medicamentos, de sus días buenos y de sus días malos. Vi cómo, poco a poco, la enfermedad le iba quitando sus días buenos, transformándolos cada vez en recuperaciones más largas y robando parte de su identidad con cada convulsión.
La decisión más difícil
Llegado el momento de decidir, lo cierto es que me cuestioné bastante: «¿Se podrá hacer algo más?, ¿será la decisión correcta?, ¿será el momento adecuado?». Y la respuesta, una y otra vez, fue la misma: no lo sabía.
No hay manual o palabras que te preparen para ese instante, pero hubo algo que logré reflexionar y que me ayudó en parte a tomar la difícil decisión: la amaba, debía poner su bienestar primero. Estar internada un par de veces al mes, o estar llena de pastillas para poder vivir el día a día no es vida para un perro. No lo merecía.
Compartiendo la experiencia
Comparto esta experiencia porque sé que muchos auditores y lectores han pasado o pasarán por algo parecido; de acuerdo con cifras de la USACH, un 4% de los perros en Chile vive con esta condición. Yo, de todo corazón, espero que a usted no le pase o que -en el mejor de los casos- su perro sí responda a la poca variedad de tratamientos que hay disponible en este país.
Entre tanta discusión política, asesinatos y el desquicie total de uno que otro político inútil, tal vez mirar cómo los animales nos entregan amor incondicional puede enseñarnos a ser más empáticos y compasivos entre nosotros. Ellos nos recuerdan lo esencial: la lealtad, la ternura, el amor incondicional y la responsabilidad. No nos olvidemos de ellos.
En tu memoria, Hanny, fuiste la mejor. Extrañaré despertar con tus langüeteos.