A los 13 años, Sebastián Bravo se enfrentó a una decisión que cambiaría el rumbo de su vida: elegir entre un curso de computación o danza folclórica en su colegio en Talagante. Aunque inicialmente optó por la computación, pronto se dio cuenta de que su verdadera pasión estaba en el baile.
Gracias a la guía de su profesora Marta Osorio, Sebastián comenzó a destacar en el taller de danza folclórica. Fue entonces cuando, en una presentación local, quedó fascinado por la elegancia y gracia de las bailarinas del Teatro Municipal de Santiago, quienes lo invitaron a audicionar para la Escuela de Ballet.
Contra todo pronóstico, Sebastián logró ingresar a la prestigiosa escuela, a pesar de las dudas de su padre, un suboficial de la Fuerza Aérea. Durante los siguientes años, Sebastián se dedicó por completo a perfeccionar su técnica y participar en diversas producciones, hasta que, sorpresivamente, fue despedido por no cumplir con los requisitos físicos.
Lejos de rendirse, Sebastián encontró una nueva oportunidad en la compañía de danza del Teatro Nescafé de las Artes, dirigida por la coreógrafa Sara Nieto. Bajo su tutela, Sebastián demostró su determinación y talento, lo que le abrió las puertas para emigrar a Canadá en busca de nuevos desafíos.
En Canadá, Sebastián se enfrentó a la incertidumbre de encontrar un trabajo estable, mientras seguía persiguiendo su sueño de bailar. Tras varios intentos, logró ingresar a la prestigiosa compañía Les Grands Ballets Canadiens de Montréal, primero como costurero y luego, gracias a su destacado desempeño, como bailarín.
Hoy, Sebastián Bravo es el primer costurero en ejercer también como bailarín en Les Grands Ballets, una hazaña que lo convierte en un ejemplo inspirador de perseverancia y pasión por el arte. Su historia demuestra que, con determinación y talento, es posible superar los obstáculos y alcanzar el éxito, incluso cuando las circunstancias parecen estar en contra.
