Hace 80 años, el 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, Japón, marcando uno de los episodios más oscuros de la humanidad. Pocos días después, la segunda bomba cayó sobre Nagasaki, cobrando miles de vidas. Sin embargo, una ciudad japonesa logró escapar milagrosamente de este destino devastador: Kokura.
La «Suerte de Kokura»
Kokura, en ese entonces un centro de fabricación de armas y uno de los mayores arsenales de Japón, era el plan B para el lanzamiento de la segunda bomba. Cuando los aviones estadounidenses llegaron a la ciudad, se encontraron con un cielo nublado y una densa capa de humo que dificultaba la visibilidad. Uno de los pilotos anotó en su informe que las probabilidades de un lanzamiento exitoso eran bajas debido a las condiciones climáticas.
¿Fue Realmente Suerte?
Algunas teorías sugieren que el humo que oscureció el cielo de Kokura no fue solo producto de las condiciones meteorológicas, sino que pudo haber sido intencionalmente generado. Según un testigo, los japoneses habrían instalado un gran conducto que expulsaba vapor de la planta de energía local hacia el río, creando enormes nubes de condensación que ayudaron a ocultar la ciudad.
Independientemente de la causa, lo cierto es que los aviones dieron tres vueltas sobre Kokura y finalmente cambiaron de objetivo, dirigiéndose a Nagasaki. Así, la ciudad escapó milagrosamente de la devastación, convirtiéndose en un símbolo de «la suerte de Kokura» en el imaginario popular japonés.
Un Legado Complejo
Aunque Kokura no sufrió los efectos de las bombas atómicas, su cercanía a Hiroshima y Nagasaki la ha marcado profundamente. La ciudad, hoy integrada a Kitakyushu, siente una hermandad con aquellas que fueron arrasadas, y el recuerdo de la tragedia se vive de una forma más relajada, pero no menos dolorosa, a través de la frase «tener la suerte de Kokura».
La historia de Kokura es un recordatorio de cómo el azar y las condiciones climáticas pueden tener un impacto dramático en el curso de la historia. Su «suerte» es a la vez una bendición y una maldición, una historia que nos recuerda la fragilidad de la vida y la necesidad de trabajar por un mundo más pacífico.
