En la costa del Pacífico chileno, en la ciudad de Viña del Mar, se gestó durante décadas un fenómeno intelectual único: la Escuela de Viña del Mar. Este instituto de filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso se convirtió en un faro de pensamiento genuino, un espacio de libertad creativa y diálogo desinteresado que atrajo a los más destacados filósofos de Chile y el mundo.
Lo que allí aconteció fue mucho más que una simple escuela de filosofía. Fue una paideia, una experiencia radical y vital de formación intelectual, donde un grupo de profesores con las más altas calificaciones compartían no solo su vasto conocimiento, sino también una disciplina, un método y un modo de ser que impregnaba a sus alumnos.
Maestros de Renombre y Diálogo Incesante
La Escuela de Viña del Mar se nutrió del testimonio de insignes maestros del pensamiento contemporáneo, tanto nacionales como internacionales. Figuras como Heidegger, Ortega y Gasset, Gadamer y Ricoeur dejaron su huella en los profesores que conformaron este espacio de reflexión.
Lejos de ser una escuela «tomista» como se solía afirmar, la Escuela de Viña del Mar era un hervidero de actividad intelectual y vital. Sus profesores, entre los que se encontraban Juan Antonio Widow, Hernán Zomosa, Jorge Eduardo Rivera y otros, estudiaban en profundidad las obras capitales de la filosofía, desde Crítica de la razón pura hasta Ser y tiempo, con el apoyo de filólogos expertos.
Rigor, Libertad y Conexión con el Mundo
Lejos de seguir modas o concesiones, la Escuela de Viña del Mar se caracterizó por su rigor, pulcritud y genuino pensar. Sus cultores ejercitaban y preparaban a los alumnos a través de las mismas fuentes de la historia de la filosofía, sin distinción de corrientes o épocas.
Pero esta Escuela no era solo un espacio de estudio y reflexión. Fue también un punto de encuentro y conexión con el mundo, donde destacados filósofos de la capital, Santiago, se acercaban para empaparse de ese ambiente único de libertad creativa.
Un Legado Imperecedero
La Escuela de Viña del Mar dejó un legado imperecedero, un faro intelectual que iluminó la costa chilena durante décadas. Fue un espacio de pensamiento genuino, rigor académico y diálogo desinteresado, que marcó a varias generaciones de filósofos y sigue siendo un referente en la historia del pensamiento en Chile.