La seguridad de los niños en los espacios públicos y privados es una preocupación fundamental que requiere una atención urgente. Lamentablemente, la actual Ordenanza General de Urbanismo y Construcciones (OGUC) no contempla exigencias específicas relacionadas con la seguridad infantil, dejando las decisiones de diseño y equipamiento en manos de las comunidades o propietarios, sin una regulación clara que asegure estándares preventivos desde la etapa de construcción.
Sin embargo, existen ejemplos internacionales que pueden servir de referencia. En Estados Unidos, el International Building Code establece la obligación de incorporar rejillas verticales, sin barras horizontales que faciliten la escalada, y limita los espacios entre barrotes a 10,2 cm para impedir el paso de la cabeza de un niño. Además, se recomienda la instalación de dispositivos de protección en ventanas, como limitadores de apertura o rejas retráctiles. Países como Alemania y Suecia también han avanzado con normativas específicas, como la DIN 18065, que regula elementos de seguridad en escaleras y balcones.
Hacia una Arquitectura Segura y Preventiva
Si queremos avanzar hacia un entorno más seguro, necesitamos una mirada multiescalar. Esto implica intervenir no solo en el diseño de viviendas, sino también en los conjuntos habitacionales y en la planificación urbana. Por ejemplo, se podrían incorporar zonas de amortiguación o colchones vegetales en los primeros pisos de los edificios, que ayuden a mitigar los impactos en caídas accidentales.
En este contexto, una eventual Ley Valentín podría marcar un antes y un después. No solo permitiría incorporar estándares obligatorios de seguridad infantil en el diseño y construcción de edificios, sino que también abriría la puerta a una actualización de la OGUC, incluyendo una dimensión de diseño que resguarde el derecho a un hábitat seguro para todos, sin distinciones.
El Rol de las Escuelas de Arquitectura
Como formadores de futuros profesionales, las escuelas de arquitectura tienen un rol esencial en este proceso. Debemos formar arquitectas y arquitectos conscientes, con un enfoque ético y social, capaces de anticipar riesgos y de diseñar para una diversidad de usuarios: niños, adultos mayores, personas con discapacidad.
La arquitectura no puede limitarse a responder preguntas técnicas sobre cómo construir. También debe preguntarse, con urgencia, para quién construye, qué riesgos previene y qué tipo de sociedad ayuda a formar. Diseñar con conciencia es también una forma de cuidar. Y frente a lo ocurrido, no basta con lamentar: necesitamos actuar, repensar nuestras normas y formar profesionales comprometidos con un entorno que proteja, contenga y dé garantías mínimas de seguridad a quienes más lo necesitan.