En el Chile post estallido, la política se juega cada vez más en el terreno de los afectos, la identidad y la memoria. Y en este campo, la ultraderecha criolla ha logrado algo que la derecha tradicional apenas roza: construir un relato que emociona. No se trata solo de ideas, sino de una semántica emocionalmente poderosa, dirigida a quienes todavía sienten, con o sin nostalgia explícita, que el orden militar les ofreció certezas, autoridad y destino.
Ellos no le hablan al votante, le hablan al alma del «facho», de cualquier nivel, clase o trayectoria. Su narrativa no le teme a los extremos, pero sabe dosificarlos con astucia. No se limitan a atacar al gobierno de Boric: lo convierten en un meme viviente, en una caricatura del progresismo, para así, entre risas y rabia, anclar su propia identidad en contraste con «el desorden», «la frivolidad» o «la improvisación» que adjudican a la izquierda.
Operando en la Memoria Colectiva
La ultraderecha opera en la memoria colectiva como curadores del pasado, reordenando el relato de los años duros para volverlo deseable, e incluso, heroico. Mientras tanto, la derecha moderada, esa que observa con admiración el éxito de la ultraderecha, pero teme parecer demasiado ruda, se desdibuja. Hace mimesis de los extremos, sin atreverse del todo. Imitan gestos, tonos y símbolos, pero no logran apropiárselos. Y el resultado es predecible: parecen una copia diluida, sin carácter ni alma.
Construyendo una Narrativa Propia
En vez de construir una narrativa propia, la derecha moderada intenta subirse al relato ajeno, sin entender que no se puede emocionar desde el eco. El camino no es copiar ese relato, sino contar nuestra propia historia, con nuestras propias palabras y símbolos. Una historia donde estén presentes los valores que realmente nos mueven: la dignidad, la libertad, el mérito, la comunidad, y donde se conecte con las emociones cotidianas de las personas: lo que las hace felices, lo que las inquieta, lo que esperan del futuro.
Solo así podremos construir una visión de país que combine sentido común con propósito, identidad con proyecto, emoción con horizonte. Porque en política, cuando se actúa sin convicción, la esencia se escapa. Y eso siempre se paga, y caro.