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¡Descubre cómo el crimen organizado nos convierte en rehenes de nuestra propia sociedad!

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¿Rehenes o ciudadanos?

Sabemos que en mayor o menor medida somos víctimas de nuestra construcción mental sobre el mundo en el que vivimos. También sabemos que esa construcción se vuelve una cárcel cognitiva virtual provocada por nuestros sesgos, miedos y demás emociones que obstaculizan los grados de libertad.

Pero más allá de explicaciones psicológicas, vivimos una era de “encierro social” producto de una violencia ciudadana que se manifiesta por diferentes causas pero que conforman un todo sistémico preocupante, cuyo eje es la corrupción como acto supremo de la delincuencia. La intolerancia, la división social, la discriminación, la falta de seguridad económica y, muy especialmente, la seguridad individual y colectiva producto de la delincuencia en su máxima expresión, son un cóctel explosivo para la convivencia social y para las libertades individuales, pero hoy, sin dudas, el crimen organizado creciente nos va encerrando en cárceles virtuales que se van transformando rápidamente en un rebaño de rehenes.

La delincuencia ya no es algo ordinario, sino excepcionalmente criminal. Generada por la creciente inserción y expansión del narcotráfico, toda la región va poco a poco cediendo espacios geográficos y de poder a grupos armados que, en épocas no muy lejanas, combatían entre sí por el control territorial del negocio. Hoy, esas mismas bandas parecen haber dejado ese objetivo para asociarse y poner en riesgo la continuidad y el funcionamiento de los gobiernos. En definitiva, ya no solo es el negocio lo que importa, sino el poder real sobre la sociedad.

El intento de un narco-golpe en Ecuador, la violencia sin límite desatada en la ciudad de Rosario en Argentina, la peligrosidad de enfrentamientos focalizados pero que dejan como resultado víctimas inocentes en zonas marginales (y no tanto) en las principales ciudades de la región, muestran que la delincuencia está conectada y organizada para desestabilizar la democracia y la institucionalidad. Nada exagerando, sólo real.

¿Cuál es la respuesta y la actitud de los gobiernos frente a este flagelo que parece eterno y de difícil solución por vías institucionales?

Sabemos del método Bukele, desterrar la violencia con violencia generada a partir de un modelo represivo indiscriminado, reforzado por el espionaje y negociación con bandas de países vecinos que buscan eliminar a los narcos salvadoreños para allanar su camino. Todos sabemos que hoy, el resultado y el método Bukele es aplaudido por el 90% de su país, y también por quienes esperan una solución del mismo tipo en la región. Claro que habría que analizar que si combatir la delincuencia pone en jaque la institucionalidad y las leyes, la ciudadanía pasará a ser otro rebaño con limitaciones a la libertad, no por miedo a la delincuencia, sino al miedo por disentir con sus propios gobernantes. Un foco posible de corrupción.

En tal sentido, algunos gobernantes y alcaldes se disfrazan de sheriff para controlar la situación cambiando violencia por violencia, obviamente utilizando ese accionar de manera propagandista para sus objetivos electorales. Otros, como en el caso de La Argentina, intentan poner al ejército en combate, algo que a los ejércitos no les convence demasiado. Hace unos años en la Argentina, un general planteaba que no hay arma que responda a un cañonazo de un millón de dólares, haciendo referencia a lo fácil que implica corromper a la autoridad en países dónde el problema económico-social es tierra fértil para quienes manejan sumas impensadas.

En definitiva, la violencia organizada y especialmente la generada por el poder narcotraficante, nunca ha sido una variable controlable para los gobiernos de esta región. Tal vez sufrimos la inseguridad y el miedo porque nos encontramos con una forma de vivir que nos ha adormecido, pero esencialmente porque no hemos evolucionado lo suficiente para hacernos cargo y entender que la paz ciudadana es cuestión de todos los ciudadanos y no de un gobierno aislado. En este punto, todos somos el gobierno.

Darnos cuenta que la seguridad es libertad, es lo que efectivamente debemos exigirnos en nuestros actos cotidianos. Si el narcotráfico es un problema político-social, tenemos una responsabilidad como ciudadanos. De allí que la evolución cultural es lo determinante para hacer entender que la violencia, como la corrupción, se combate desde la institucionalidad, y esa es la clave para alcanzar el objetivo de convivir en libertad y no en una jaula como rehenes de quienes detentan el poder. En este juego de provocación, crimen y represión, la democracia está en juego. ¿La cuidamos?

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