La transformación que nunca ocurrió
Las primeras semanas fueron agitadas, las protestas comenzaron con cierto grado de violencia, pero todo ello fue decantando en manifestaciones pacíficas. Los grupos antisistema no encontraron respuesta en la sociedad más amplia; fueron tomando forma alrededor de las principales plazas una serie de iniciativas ciudadanas que permitieron reflexión y diálogo.
Al recordarlo me emociona la conciencia social, la generosidad de las autoridades de la época, el cambio desde una negativa inicial hacia la conformación de mesas de discusión en torno a los temas cruciales, todo en favor de una significativa transformación. Incluso las policías, salvo hechos aislados, no se vieron obligadas a recurrir a la represión y pusieron en práctica las experiencias positivas aprendidas en Barcelona, experiencias de control en conjunción con colaboradores comunitarios.
Los intelectuales de la época se unieron para condenar la violencia y los arrebatos nihilistas que se asomaron esporádicamente. Las universidades sirvieron, a nivel estudiantil y académico, como base de comunicación entre los diferentes polos de decisión y las instituciones representativas de la sociedad civil. Se fue dando un sentido amplio de cooperación en torno a disminuir la sensación y realidad de las desigualdades y desventajas que toda sociedad genera.
Desperté, mis pensamientos volvían a invadirme. Las imágenes reflotaban con todas las contradicciones hechas realidad, bendita ucronía que nunca llegaste. En cambio, la violencia, el nihilismo, la represión y la cancelación siguen como telón de fondo; sigue la inmadura tendencia a imponer términos sin acceder al conocimiento de las realidades ajenas. Tampoco recuerdo haber soñado sobre personas conscientes de sus privilegios, conscientes de cómo ello podría afectar positiva o negativamente la vida de todos y todas. Trataré de hacerlo, debo perfeccionar mis pensamientos y sentires ucrónicos, al menos puedo colaborar conmigo mismo y con mi tranquilidad.
El despertar necesario
Sé que hubo manifestaciones familiares en Plaza Ñuñoa, sé que hubo desmanes en Plaza Italia, sé que hubo silencios en muchos otros lugares… todo cambio o intento de cambio convive con la prisa, el ruido y la cómoda indiferencia. ¿Desperté? ¿Despertamos? Ni las derrotas iniciales ni los posteriores triunfos nos unen, lo mejor está por venir, pero no llega.
Se hace necesario un giro en 180 grados, pero hacia qué lado es justamente el dilema. Hacia el propio, hacia el ajeno, hacía el que no conocemos son las opciones. Seguiré soñando, pensando y sintiendo sobre hechos que no ocurrieron pero que albergan posibilidades, aprendizajes y alternativas constructivas.
Necesitamos despertar y recoger las heridas del octubrismo, del 18-O, no para confrontarlo contra un 4-S sino para tejer lo que no ha ocurrido, para construir en conjunto toda la trama de alternativas saludables, corresponsables e inclusivas que por ahora seguimos soñando, eludiendo o lisa y llanamente borrando. Lo utópicamente posible, con lo que tenemos, con la conciencia humilde de lo que somos, con la responsabilidad de reconocer nuestros errores será un comienzo, gradual y sin efervescencia, para despertar y vivir un nuevo futuro, uno que lleva tiempo esperándonos.