¿Y ahora, qué?
La pregunta ¿Y ahora, qué? me suena, no sé por qué, mejor en inglés; quizás porque es global. Ya pasó la afiebrada fecha del 50° aniversario – causando más polarización aún en vez del – aparente – propósito oficialista de unirse. La fecha pasará apenas perceptible a la historia, más como un día confuso que algo significante o memorable. Las larguísimas fiestas patrias a continuación ya distrajeron la posa atención prestada por el público, bastante menor que a la parada militar del 19 donde la actitud del Presidente, dio lugar a diversas interpretaciones.
Ambas fechas ya son pasado, sin real importancia. Mientras Boric se encuentra en la cumbre de la ONU en los EE.UU., donde se discute sobre el más significante – y prácticamente inminente – problema del planeta, la supervivencia humana, en Chile los medios se enfrascan en el tema que pocas y pocos consideramos fundamental hoy: la nueva Constitución. Carta Magna que con toda previsibilidad terminará en nada, en un nuevo rechazo. Refutación provocada por la extrema derecha, que quedó en una sorprendente mayoría en la Comisión y redactará el texto para el próximo plebiscito; y que aprovecha esta ventaja para presentar algo que sabe que el país cada vez más acostumbrado a la democracia no querrá. Una nueva equivocación a mi entender, pues si al electorado no le gusta lo que los republicanos proponen, su posición – aparentemente fuerte hoy – sin dudas se debilitará. Es como querer avanzar mediante un tiro en su propio pie. Una débil centroderecha, que no es capaz de decidir si apoyar o no al vecino extremista tampoco se fortalecerá. Lo único que crecerá será el fastidio, el ya casi total desinterés de la gente en la política. La política que financiamos de nuestros bolsillos.
El futuro sostenible
Mientras Chile se abate entre los vaivenes del Gobierno y la oposición, el presidente pronuncia su discurso en la país de Norte, poniendo otro dedo en la llaga del mundo: la contaminación y el calentamiento global que hoy debería ser lejos la primera preocupación de la humanidad. Los grandes culpables con los países más desarrollados en acelerar un evento natural periódico; y sus promesas, seguidas por pocas acciones para reducir su cupo en la polución, no terminan con el problema sino apenas lo frenan un poco.
Según varias fuentes de la Inteligencia Artificial nos quedaría menos de un siglo de futuro antes del apocalipsis, nuestro final, cuyos signos es inevitable ignorar: desastres climáticos jamás vistos, el calentamiento de los océanos, derretimiento de los polos y reservas del permafrost; la población mundial crece exponencialmente mientras el territorio habitable y cultivable se reduce. Las hambrunas y las consecuentes migraciones forzadas están carcomiendo a las economías más desarrolladas mientras éstas usan sus tecnologías para multiplicar sus armamentos ante las amenazas entre dictaduras y democracias, expansionismos y diferencias ideológicas entre los poderes de turno.
¿Cómo dijo Discépolo en el Cambalache? Hay países – entre ellos Chile – que prometen reducir al mínimo o a cero su contaminación en unos años, mientras las guerras, las exploraciones espaciales (por ejemplo la cohetería) y los esparcimientos (por ejemplo los cruceros de placer) reducen al ridículo esas intenciones. Y, en medio del fatal panorama que describo, nuestros políticos, totalmente alejados de los verdaderos intereses de la población, no son capaces de dedicarse a y ni siquiera alertarnos sobre lo que nos complica: seguridad, desarrollo, salud, educación…; para que, aunque sea durante el tiempo que aparentemente queda, las generaciones presente y futuro tengan una existencia a la que anhelan. Entonces, sólo queda la pregunta en el aire tan contaminado: ¿y, ahora qué?