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sábado, junio 7, 2025

Cómo Gabriela Mistral Nos Inspira a Reinventar la Educación del Siglo XXI

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Gabriela Mistral, la icónica poeta y educadora chilena, nos legó una visión profunda y visionaria sobre lo que debe ser una verdadera educación. Sus ideas, escritas hace más de medio siglo, siguen siendo un faro que ilumina el camino hacia una escuela más humana, más justa y más auténtica.

Educar con Alma y Sentido

Mistral criticaba con firmeza los modelos educativos mecanicistas y repetitivos, donde los niños y niñas son meros receptáculos de información, sentados en pupitres, en aulas que parecen más centros de producción que espacios de crecimiento. Para ella, «No hay educación si no hay amor, si no hay afecto, si no hay respeto por la dignidad del niño». La educación, en su visión, debe ser una experiencia viva, un proceso de descubrimiento y diálogo, donde los niños sean protagonistas activos y no simples espectadores.

Mistral se oponía al enfoque adultocentrista, donde todo el saber proviene de los adultos y los niños deben ajustarse a ese saber sin cuestionarlo. Ella abogaba por un aprendizaje que naciera desde las experiencias, los territorios y las culturas de las infancias y de sus propias complejidades, reconociéndolos como seres con potencialidad y dignidad. «Los niños no son vasos por llenar, sino lámparas por encender», decía, enfatizando que la educación debe encender esa chispa de curiosidad, creatividad y pensamiento crítico, sin sofocarla con consignas sin sentido.

Cultivar el Espíritu y las Emociones

Otro aspecto clave en la visión de Mistral es la importancia del desarrollo espiritual y emocional en la educación. Para ella, la escuela no podía limitarse a impartir conocimientos académicos, sino que debía ser un espacio donde las niñas y los niños cultivaran su alma, su sensibilidad, su capacidad de amar, entenderse a sí mismos y a los demás. «La educación debe tener un alma, un corazón, un afecto que la nutra», afirmaba.

Este enfoque contrasta con las instituciones educativas que, en ocasiones, se ven como lugares llenos de «desamor», donde las relaciones entre docentes y estudiantes carecen de afecto, respeto y reconocimiento de la dignidad humana. Mistral nos recuerda que la escuela debe ser un refugio, un espacio cálido, donde las emociones y los afectos sean valorados como parte esencial del proceso formativo. Solo así podremos formar seres humanos íntegros, capaces de empatía, solidaridad y amor, cualidades indispensables para una sociedad más justa y equitativa.

Enraizar la Educación en Nuestra Identidad Latinoamericana

Otro aspecto crucial en las ideas de Mistral es la necesidad de reconocer y valorar la cultura propia, especialmente en un continente con gran diversidad como América Latina. Ella defendía que la educación debe estar enraizada en los territorios, en las tradiciones, en las lenguas y en las cosmovisiones de nuestras comunidades. «La cultura latinoamericana debe ser el espejo en el que nos reconozcamos, en el que descubramos nuestra identidad y respondamos a nuestras necesidades», expresaba.

Relevar la cultura local permite que la educación deje de ser un proceso impuesto desde afuera y se convierta en una herramienta de afirmación, de resistencia y de desarrollo propio. La interculturalidad no solo implica el reconocimiento de las diferencias, sino también la valoración de las similitudes y la construcción de un diálogo respetuoso entre las distintas culturas que habitan nuestras tierras. Solo así podremos formar una ciudadanía plena, consciente de su historia, su territorio y su cultura.

El Compromiso de la Comunidad Educativa

Para que estos ideales puedan concretarse, el rol del Estado y de todas las adultas y adultos en la educación es fundamental. Mistral subrayaba la responsabilidad de la comunidad en brindar un espacio de respeto, amor y dignidad. La escuela no es solo un lugar donde se transmiten conocimientos, sino un espacio de encuentro, de construcción de comunidad, de reconocimiento de la otredad.

El Estado debe garantizar condiciones dignas para las y los docentes, velar por la calidad de la educación y promover políticas que prioricen el bienestar emocional y cultural de las niñas y niños. La dignidad de las profesoras y profesores es también un aspecto clave, pues son quienes encarnan esa ética del amor y el respeto en la cotidianeidad de las aulas. La educación no puede ser un acto mecánico ni deshumanizado, requiere del compromiso genuino de quienes la ejercen y la sostienen.

La voz de Gabriela Mistral nos sigue retando a imaginar y construir una educación que sea más humana, más sensible y más justa. Nos invita a salir del molde mecanicista y adultocentrista, a valorar el afecto y el desarrollo espiritual, a enraizar nuestra enseñanza en las culturas, lenguas y territorios latinoamericanos, y a reconocer la dignidad de cada niña, niño, docente, familia y comunidad. Escuchemos su mensaje y pongámoslo en práctica. La educación del mañana necesita de esa mirada amorosa y crítica que ella nos entregó con tanta claridad. Solo así podremos formar seres humanos completos, capaces de transformar su entorno y de construir un mundo más digno y solidario.

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