A veces pensamos que no tenemos tiempo para nada… y mucho menos para detenernos a ayudar. Pero la verdad es que, si quisiéramos, podríamos regalar unos minutos a alguien y seguir con nuestra vida igual. Y, en el camino, descubrir que no nos quita, sino que nos suma.
Ese día, Paula Palacios Gallegos tenía una urgencia familiar y estaba contra el reloj. Pensaba solo en llegar rápido, cuando se encontró con un hombre ciego que caminaba desorientado. La gente que estaba cerca ni se inmutó. Y sí, Paula lo pensó por un segundo, pero su corazón de abuelita no la dejó pasar de largo.
Se acercó al hombre y le preguntó: «¿Para dónde va?«. Él le respondió: «Al mall«. Paula tomó su brazo y le dijo: «Yo lo acompaño, es por aquí«. Juntos, caminaron a un ritmo tranquilo y seguro, hablando del clima y de que esa semana decían que iba a llover.
Antes de cruzar, les dio el rojo. Esperaron pacientemente hasta que cambió a verde. Pero para el semáforo, su ritmo parecía lento, porque antes de terminar de cruzar, ya estaba parpadeando. Esto hizo que Paula se diera cuenta de lo peligroso que habría sido si no hubiera ayudado al hombre, ya que esa avenida es muy transitada y el tiempo del semáforo no estaba a su favor.
Más allá de un simple cruce
Al llegar al mall, el hombre le pidió a Paula que viera si había algún guardia. Le llamó la atención, porque normalmente siempre hay, pero en ese momento no había ninguno. Fue entonces cuando Paula entendió que debía ser ella quien lo dejara en la tienda que buscaba.
Le dijo: «Parece que es hora de colación, porque no hay ningún guardia ni centro de ayuda«. Le preguntó a qué tienda iba, y él le respondió el nombre, diciendo que estaba en el pasillo principal. Paula no quiso dejarlo a su suerte, así que lo acompañó.
Mientras caminaban, el hombre le preguntó su nombre. Ella se presentó como Paula y le devolvió la pregunta. «Víctor«, respondió él. «Un gusto en conocerlo«, dijo Paula, y siguieron caminando. Finalmente, la dejó con un joven de la tienda para que lo ayudara.
Una lección de empatía
Aunque Paula iba contra el tiempo, logró hacer todo lo que debía hacer ese día. Y le quedó claro que, más que un gesto de ayuda, fue un recordatorio de que todos podemos hacer algo para que este mundo y esta ciudad sean más amables y seguras para quienes lo necesitan.
Ese cruce también le hizo darse cuenta de algo en lo que nunca había reparado: hay personas que, aunque pongan todo su esfuerzo, simplemente no alcanzan a cruzar antes de que la luz cambie. Y eso no es solo un semáforo mal calculado, es una ciudad que no se detiene a pensar en todos sus habitantes.
Ese día, Paula entendió que ayudar también nos cambia a nosotros y nos invita a ser más empáticos. Una simple acción puede transformar nuestra perspectiva y hacernos más conscientes de las necesidades de los demás.