En la eterna búsqueda del valor e integridad estética de las creaciones literarias, algunos autores han debatido acerca de la relación entre el compromiso político y la libertad del artista. ¿Son estas cuestiones compatibles o deben transitar por mundos distintos?
Hace años, en Chile, ser escritor significaba abrazar ideas de izquierda. Recordemos la época en que los creadores se aferraban al sueño soviético, a pesar de la hambruna que afectaba a Ucrania, las farsas judiciales y el pacto germano-soviético. Para George Orwell, este tipo de compromiso político era un espacio sobrecalentado y sofocante donde imperaba la mentira.
El Dogma Cultural y la Cultura Domesticada
En Chile, el mundo del arte y la cultura se ha convertido en una pequeña república ideológica, con sus propios tribunales morales, sus guardianes de la virtud y sus mecanismos de exclusión. Bajo la apariencia de pluralismo y diversidad, opera una lógica profundamente sectaria: la cultura se ha vuelto territorio capturado por una élite intelectual que no busca el diálogo, sino la adhesión.
Este fenómeno no es nuevo, pero ha mutado con habilidad. El viejo marxismo de barricada se reconvirtió en un progresismo identitario que ya no habla de clases, sino de narrativas, cuerpos, disidencias y traumas. Lo problemático no es la emergencia de nuevas voces -eso es deseable-, sino la cancelación sistemática de las que no encajan en el patrón.
El Arte Domesticado y la Pérdida de la Libertad Creativa
El arte ya no se mide por su potencia estética o su audacia formal, sino por su grado de corrección política. La disidencia ya no es la del pensamiento, sino la del victimismo autorizado. Como señala el destacado escritor y ensayista Ian McEwan, la urgencia moral o política puede estrangular la vida de una novela.
En Chile, buena parte del arte contemporáneo se ha vuelto predecible, funcional y obediente. Milita con entusiasmo, pero crea con desgano. El verdadero arte incomoda, cuestiona y rompe la armonía superficial. No domestica la mirada: la sacude. No repite eslóganes: los desarma.
La Batalla por la Libertad Creativa
Si el arte no recupera su vocación de libertad, si la cultura no se abre al pluralismo real, si los espacios de creación siguen ocupados por castas ideológicas más preocupadas de custodiar el relato que de explorar la verdad, entonces habremos convertido la cultura en una nueva forma de poder: hermética, dogmática y profundamente conservadora.
El verdadero progresismo no teme al debate: lo promueve. El verdadero arte no vive de subvenciones ni de corrección ideológica: vive de riesgo, de inteligencia, de coraje. Lo demás es propaganda con estética.