El debate sobre la eutanasia plantea un dilema ético complejo que no puede analizarse de manera unilateral. Por un lado, el monseñor Fernando Chomali advierte que los médicos no deben «causar la muerte a un enfermo cuando deberían cuidarlo», reflejando el temor de que la medicina se aleje de su juramento hipocrático de preservar la vida. Sin embargo, ¿no constituye también un daño obligar a una persona a prolongar un sufrimiento irreversible contra su voluntad?
El teólogo Hans Küng, en su obra «Morir con Dignidad», se distancia de la interpretación más rígida que condena toda forma de eutanasia en nombre de una «ley divina». Para Küng, esa visión proyecta una imagen distorsionada de Dios, alejada del Dios que acompaña al débil, al doliente, al extraviado. La dignidad de la persona no se extingue con la enfermedad ni con la proximidad de la muerte: sigue siendo persona y, precisamente por ello, merece un final que no reduzca su existencia a una mera dependencia tecnológica o a un sufrimiento deshumanizante.
Cuidar o Dejar Partir
El debate plantea una pregunta fundamental: ¿Qué significa cuidar? ¿Es prolongar a toda costa la vida biológica, incluso a costa del sufrimiento, o es acompañar con respeto las decisiones libres de quien ya no encuentra sentido en esa prolongación? La respuesta no es sencilla ni unívoca, pero exige escapar de caricaturas: ni la eutanasia es un atajo para deshacerse de los enfermos, ni la prolongación forzada de la vida es siempre un gesto de compasión.
Honrando la Vocación Médica
Quizás la mejor forma de honrar la vocación médica de «cuidar» sea reconocer que, en ciertas circunstancias, cuidar también significa dejar partir con dignidad. La sociedad chilena está madura para este debate, que cuestiona los límites del juramento hipocrático y la obligación de respetar la voluntad del enfermo terminal.
En última instancia, el dilema de la eutanasia nos enfrenta a la pregunta fundamental: ¿Qué significa vivir bien y morir con dignidad?