Cuando conversamos con alguien de fuera de Chile y mencionamos que estamos «pololeando», a menudo recibimos miradas de sorpresa, como si hubiéramos inventado una palabra en ese mismo instante. Y es que, efectivamente, somos los únicos en el mundo que usamos este término para hablar de un noviazgo o una relación de pareja estable. Pero, ¿de dónde salió esta expresión tan chilena?
Existen al menos dos versiones pintorescas y llenas de historia sobre el origen de «pololear». La primera nos lleva al pueblo mapuche, cuya lengua mapudungun utiliza la palabra «piulliu», que significa «mosca». La asociación es simpática, ya que al igual que las moscas revolotean alrededor de la fruta, una pareja de enamorados se va dando vueltas, siguiéndose y sin despegarse uno del otro. Una imagen tan cotidiana como poética.
La segunda versión nos transporta al Santiago de 1880, cuando las calles apenas se iluminaban con lámparas de parafina. Allí abundaban unos coleópteros verdes, conocidos como «pololos», que se acercaban con insistencia a las velas. La Quinta Compañía de Bomberos los adoptó como insignia, y los jóvenes voluntarios solteros fundaron la llamada «Orden del Pololo». Su comandante, don Ignacio Santa María, presidía esta fraternidad que mezclaba humor, amistad y espíritu juvenil. Algunos de estos voluntarios prestaban o regalaban su insignia de pololo verde a la joven que les gustaba, dando origen a la expresión «es mi pololo» o «es mi polola».
No sabemos con certeza cuál de estas dos historias es la verdadera, o si ambas convivieron hasta mezclarse en el habla popular. Lo cierto es que «pololear» terminó convirtiéndose en una de esas palabras que nos distinguen, que forman parte de nuestra identidad cultural y que, de paso, arrancan una sonrisa de extrañeza a quienes nos visitan.
Así que la próxima vez que alguien de afuera nos pregunte qué significa «pololear», no solo podremos explicarles que es estar de novios, sino también contarles una de estas curiosas anécdotas. Porque, al final del día, el amor siempre encuentra sus propias formas de nombrarse.
¡Que viva el pololeo, tan chileno como el completo o la cueca, y que sigamos revoloteando, orgullosos, alrededor de quienes queremos!