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lunes, abril 14, 2025

Más Allá de la Sonrisa Forzada: Liberando Nuestras Emociones en un Mundo Que Exige Positividad

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En la era del rendimiento emocional, la positividad ya no es una opción, sino una obligación moral. Estar bien no es una posibilidad, sino un mandato que nos impone la sociedad. Si nos encontramos tristes, cansados o enojados, se nos dice que algo hemos hecho mal y que debemos resolver nuestro malestar rápidamente y en silencio, sin incomodar a nadie.

El discurso del coaching emocional y la autoayuda ha convertido el dolor en una responsabilidad individual. Si sufrimos, es porque no hemos aprendido lo suficiente; si nos explotan, es porque no sabemos poner límites; si estamos deprimidos, es porque no agradecemos lo bastante. Estas frases se repiten como mantras, pero no nos calman, sino que nos domestican y nos adaptan a la realidad, para que sigamos funcionando, produciendo y sonriendo, incluso cuando todo se derrumba a nuestro alrededor.

La Trampa de la Gratitud Tóxica

El pensamiento positivo nos dice que debemos agradecer incluso lo que nos destruye. Que el jefe abusivo «nos enseñó carácter», que la pareja que nos anuló «nos hizo más fuertes», que la precariedad laboral es «una oportunidad de crecimiento». Pero esta gratitud se convierte en una estrategia de desmovilización, no para sanar, sino para silenciar. No para comprender, sino para obedecer.

Recuperando el Poder de Nuestras Emociones

No todo malestar debe superarse. Hay dolores que deben escucharse, rabias que son justas y tristezas que son resistencia. Insistir en la positividad total no es salud mental, sino censura emocional. El pensamiento positivo, cuando se vuelve dogma, impide la crítica, bloquea el conflicto y desactiva la transformación. Nos entrena para sobrevivir, pero no para cambiar.

Quizás la verdadera revolución emocional no sea pensar positivo, sino sentir con verdad. Permitirnos estar tristes sin justificarnos, enfadarnos sin culpa, dudar sin necesidad de solución inmediata. Abandonar el mandato de la felicidad constante y recuperar la dignidad del malestar. Porque en un mundo que exige sonrisas forzadas, llorar es político, nombrar el dolor es subversivo y dejar de culparse puede ser el primer acto real de libertad.

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